top of page


 

 

 

Toto, tengo la sensación de que ya no estamos en Kansas.

                                    Dorothy

 

 

 

En aquel momento no estaba rodeado de este tipo de energía, pero me hubiera gustado transmitirle a mi sobrino Ulises, mientras luchaba milagrosamente, lo que Rumi pensó en el siglo XIII; 

 

 

Naciste con potencial.

Naciste con confianza y bondad.

Naciste con sueños e ideales.

Naciste con grandeza.

Naciste con alas.

No estás destinado a arrastrarte;

Tienes alas.

Aprende a usarlas y vuela.

 

 

Esta historia que seleccione sorprende mucho, es una historia que demuestra cómo el amor de una madre puede dar vida, cómo sus palabras nos revisten de salud, de sentido y significatividad. Las palabras son un poderoso motor que nos permite vivir, que nos permite conectarnos a un campo de energía alta, para otorgar vida a la existencia. Cuando leí esta historia por vez primera me sorprendió mucho, movilizó cosas muy hermosas en mi interior, esta es la historia de Francisco. Es muy similar a la historia de mi sobrino Ulises. Esta criatura igual que mi sobrino estaban poderosamente conectados al campo de la intención, su deseo de vivir extrapola cualquier sentido científico, cualquier estadística o diagnostico inefable. Es un ejemplo de la infinitud de vivir en un campo de matices increíbles, es un ejemplo de vida, es energía en estado puro, es dios y naturaleza obrando en la existencia, y es en primer término, un milagro.  Cuando abrazamos el campo de la intención este es el resultado milagroso que podemos concebir, no hay nada que no salga bien, porque hay certeza, hay poderosa energía vibracional  traspuesta en el sentido de vivir, de ser en el mundo. Los adultos necesitamos de atributos diversos para lograr estar en sintonía, en espíritu, y conectarnos así con el campo de la intención, un campo de energía que obra siempre a favor de nuestros deseos y de nuestra existencia toda. Los niños, como Francisco, Ulises y muchos otros, no necesitan ser creativos, dar amor, porque ello simplemente son, expresan puro amor, son energía cristalina en expansión, son energía milagrosa sin interferencias o demarcaciones innecesarias en su ego, su estado es natural, una instancia del desarrollo donde expresan lo más perfecto de la naturaleza, de Dios, y esto lo pueden lograr los niños.

 

Una y otra vez me sorprende como ellos te conectan a la sabiduría que te creo, a Dios,  con simples actos, con escasas palabras, son tan certeros y cristalinos que  nos hablan desde otro plano de realidad, desde un instancia que súbitamente te exige liberarnos de la rigidez de nuestras creencias absurdas, y a veces irracionales, para abrazarnos a una realidad libre de prejuicios, inmensamente repleta de amor, de energía que te da salud. En esas mediaciones, el ego carece de sentido, se disuelve, se desarma, pierde fuerza para desaparecer y dejar las puertas abiertas a un campo infinito, como sostenía,  William Blake;  Si limpiásemos las puertas de la percepción, veríamos el mundo tal como es, esto es, infinito.

 

Vení, acompañame,  quiero expresarte esta poderosa energía, una fuerza que debemos aprehender para espiritualmente conectarnos con nuestro mundo interno, porque ahí en ese momento somos infinitos, estamos en sintonía con todos los seres de nuestro planeta. Busca en tu interior, la energía que te expanda al infinito, no busques  afuera, en otra cosa, en otras personas lo que sos, aquello que sos está vibrando en tu interior y desea que sea descubierto, des-cubrite, estas a un pensamiento de cambiar tu vida. Siento poderosamente que los niños nos brindan este puente al campo de la intención, porque sus mensajes son sutiles y mágicos, con escasas palabras, nos regalan experiencias muy profundas   y auténticas. Ellos no necesitan aprender varios idiomas para poder expresar espiritualmente lo infinito que son, porque son seres espirituales ya conectados, en permanencia directa con energías más poderosas, más saludables.  Está en tu interior, solo haz que buscarla, hay que hablarle a tu interior, como nos hablan los chicos, deberíamos usar su propio sistema de significaciones y expandir la percepción de nosotros mismos y de los otros hasta el infinito mismo.

Este es un ejemplo vivo de dos seres conectados al campo de la intención de que nos habla Dyer. Está claro que este bebe es un milagro, como mi sobrino Ulises, y su madre es la productora de ese milagro, acompañada de Dios, que busca poderosamente aferrarse a la existencia, a la vida misma. El aliento a la vida, la motivación de este hermoso ser, el ánimo que evita disipar esa energía incólume traspasa rápidamente fronteras de entendimiento racional, social, científico, étnico, y nos sitúa en el plano de los milagros, en una instancia de la vida en que se vibra a la par del universo, en la que somos uno con el todo.

 

Siento que mis hijas, Isabella y Pilar, son dos milagros, y percibo que ellas me envían señales sobre cómo vivir mejor, sobre como modificar mi forma de pensar, teñida ésta de tantos preconceptos y prejuicios innecesarios, ellas me envían señales para poder conectarme a otra fuerza. Sus mensajes o actos demuestran su verdadera y autentica forma de vivir en ese campo. Una simple palabra, una mera expresión es tan profunda que su extensión llega a inscribirse en nuestro psiquismo, en nuestro cuerpo, y hasta lo trasciende de manera plena. Ellas hablan desde otro plano, desde el plano donde nacen las cosas en el mundo, ellas son energía en expansión, y su energía está en todas las cosas bellas de la naturaleza. Al igual que todos los bebés hermosos de este planeta que nos regalan pistas para que siempre seamos felices, su energía es ya de por sí milagrosa, como sostiene Dyer, al estar conectados a la infinitud de la vida;

 

Quizá no te parezca gran cosa, pero te aseguro que en cuanto trasladas tu consciencia interior al lado activo de la infinitud empiezas a notar sucesos milagrosos en tu vida cotidiana. En el lado activo de la infinitud eres, en primer lugar y por encima de todo, un ser espiritual viviendo una experiencia humana temporal y vives todas tus relaciones desde esa perspectiva. Los siguientes son vivos ejemplos de seres extraordinarios, conectados a esa energía, al igual que mi sobrino Ulises, y Francisco:

 

Abby; estaba terriblemente enferma; necesitaba un transplante de corazón. Al ver a su madre llorando, le dijo: «No llores, mamá. Me pondré mejor». Cuando tenía once años, se le ofreció milagrosamente un corazón, y Abby está mejor. La intención de Abby procedía de ese mundo de posibilidades infinitas. Es el lado activo de la infinitud donde se manifiestan las intenciones.

 

Stephanie; tenía cinco años cuando enfermó de meningitis y tuvieron que amputarle las dos piernas. Hoy, con doce años, monta en bicicleta y tiene sueños que superan los de la mayoría de los adolescentes completamente sanos. Su lema personal es; «Llega hasta el límite».

 

Frankie; Tras dos importantes operaciones de corazón cuando era muy pequeña, los médicos les dijeron a los padres de Frankie que ya no podían hacer nada más. Vivía gracias a una máquina que mantenía constantes vitales. Cuando aconsejaron a los padres que desconectaran la máquina porque si Frankie sobrevivía sería a base de sufrimientos, ellos accedieron. Pero Frankie sobrevivió. De alguna manera estaba en el lado activo del mundo de las posibilidades infinitas. Bajo su foto hay una leyenda que lo dice todo: «No pensaríais que os ibais a librar de mí así como así, ¿verdad?».

 

 

 

 “Lo mejor que le puede pasar a su hijo es morirse”, me dijo la doctora

 

POR EDITH SANTORO PROFESORA DE EDUCACIÓN FÍSICA, ESPECIALIZADA EN REHABILITACIÓN EN AGUA.

 

Prematuro extremo. Francisco Seijsener nació antes de los seis meses de gestación. Su pronóstico era oscuro, pero su mamá sabía que tenía un hijo con vida y lo defendió. Hoy el chico sorprende con su desarrollo y ella asegura que un diagnóstico no es sentencia.

 

 

 

Internado. Muy pequeño, con todas las complicaciones, Francisco mostró un ímpetu de vida que hoy le permite ser un chico que va al jardín de infantes.

Ya ni sé cuántos años hace que no me miro al espejo, que casi no leo ni veo películas, que por momentos no me reconozco en mi completa condición de mujer. Toda mi vida se concentró de pronto en un único tema central que lleva el nombre de Francisco, mi hijo que acaba de cumplir cuatro años, y cuya muerte anunciada tantas veces por algunos médicos que lo vieron nacer, bueno, finalmente no se produjo. Debo decir que además tengo una hija de mi primer marido. Ella, hermosa, tiene hoy 24 años. Con el tiempo me divorcié y luego me enamoré de un holandés con el cual empecé a convivir. Con él tuvimos un hijo que, como se dice en la jerga médica, nació prematuro extremo, faltando una semana para sus seis meses de gestación, con una infección general, hemorragia cerebral grado III, sin poder respirar ni alimentarse por sus propios medios ni regular su temperatura corporal, entre otros dolorosos etcéteras. Todo configuraba un estado de extrema debilidad. Mi hijo cayó en el mundo varios meses antes de lo habitual y con todos los riesgos que ello implica. De inmediato entró a terapia intensiva, con el correr del tiempo ya estaba en la zona de neonatología. Allí pasaban nuestras semanas y muchos bebes “egresaban” e iban a sus casas. Los que no, ya no estaban.

Pero Francisco, obstinado en vivir, seguía allí.

Pasados los dos meses de internación, a Fran se le declaró una hidrocefalia: su cabeza, de pronto agigantada, tomó el aspecto de los marcianos de cine o historieta. Este cuadro se podía mejorar solo si él llegaba a los 2 kilos de peso. Así podrían operarlo y ponerle una válvula de derivación del líquido cefalorraquídeo y evitar la presión intra craneana y las lesiones que esto conllevaría.

Francisco volvió a terapia intensiva, su color era azul, su cabeza gigante en forma de vieja lamparita, sus latidos bajos, sus ojos vidriosos.

Todos lo miraban con el pronóstico de su muerte cercana. Entonces una neonatóloga me llevó afuera, me mostró la tomografía de mi hijo y sentenció, con certeza casi matemática: “Este chico va a ser una planta, neurológicamente no sirve para nada” y remató: “Lo mejor que le puede pasar es morirse esta noche”, sin importarle el peso terrible que esas palabras tenían para mí.

Fue entonces cuando decidí que lo mejor que podría pasarle a mi hijo era vivir al margen de todos los diagnósticos que pudieran dictarse desde esa visión deshumanizada. Lo único que atiné a decir fue una frase algo cursi quizás, pero la mantengo: “¡Yo creo en la neuroplasticidad y sobre todo en el amor!” A las pocas horas una enfermera trajo toda la ropa que yo había comprado para mi hijo recién nacido y me la devolvió como diciendo listo, ya está señora, no hay nada más que hacer; la ropa de nada va a servirle a alguien que no va a sobrevivir. Esa actitud rutinaria e indiferente superó mi capacidad de tolerancia. Sentí mucha rabia y mi reacción física ante semejante frialdad fue cruzar la calle, entrar a un supermercado, comprar pañales y entregárselos a la enfermera a modo de respuesta por lo que había hecho con la ropa. Fue, también, una apuesta a la vida de Francisco. La mujer no dijo nada esta vez; yo, en tono fuerte afirmé: ¡Los va a usar! Mi segundo paso fue hablarle a mi hijo, totalmente convencida de que podría entenderme en algún plano escondido o secreto de su existencia precaria. Le dije sos fuerte, le dije vas a vivir Francisco, vas a vencer contra viento y marea a pesar de lo que digan. No los escuches, Francisco.

A partir de ese instante hice todo aquello en lo que creo y también todo aquello en lo que no creo. Y a pesar de que soy agnóstica aprendí a rezar. Y no sólo eso. Con el padre del bebé hicimos algo que se llama cadena de energía. Nos agarrábamos fuerte de las manos a manera de ruego y con los ojos cerrados, pasando energía de una mano a otra hasta él. El diagnóstico era claro. Hidrocefalia, hemorragia cerebral, broncodisplasia, retinopatía. Los pronósticos, certeros. Problemas neurológicos, quizás nunca hable, no sabemos que podrá entender y que no. ¿Motricidad? Ya no quedaban fichas para ella.

No lo creo, me dije, y decidí no acercarme a la cuna para llorar. Si bien fue difícil le sonreía a Francisco y sentí que estábamos los dos muy cerca. Aprendí a pensar en chiquito y a conectarme con mi hijo más allá de los aparatos. Lo acariciaba. Le hacía prrrr en el pecho e imaginaba esa risa que él todavía no podía trasmitirme. Una tarde observé que su lengua estaba húmeda y muy rosada, y me invadió una alegría indescriptible. Ese fue su OK para mí, como diciendo: ¡Mamá, te entiendo!

Con el tiempo, Francisco fue colocado en una cuna, como cualquier bebé, le quitaron el respirador y la sonda, apenas le dejaron puesta una bigotera. Fue así como aprendí a no tomar los pronósticos médicos como inamovibles o, peor, como verdades absolutas. Esto, aclaro, sin desmerecer el lugar de los médicos.

Estoy muy agradecida con muchos de ellos que me ayudaron y me contuvieron para que mi hijo y yo saliéramos adelante, pero algunos fueron demasiado técnicos.

Entonces vinieron las sesiones de kinesiología, las operaciones reiteradas, la estimulación temprana, las terapias de rehabilitación en una pileta. Me arremangué y me puse a trabajar en todo eso al mismo tiempo. Es curioso. Cuando estudiaba la carrera de Educación Física, años atrás, elegí una materia optativa que justamente tenía que ver con la ayuda a niños con problemas (Educación Física Especial), cursé un año de posgrado en rehabilitación por el ejercicio, y cantidad de cursos de rehabilitación en agua. Es como si me hubiera entrenado con anticipación para algo que me deparaba el futuro.

Pero nadie está preparado para el dolor. Un tiempo después me dolió que mi compañero holandés, el hombre que me acompañó desde un principio en esa difícil y obstinada apuesta por la curación de Francisco, volviera finalmente a su país. Lo entendí en parte porque en el pasado él había sufrido la muerte de un hijo.

La existencia cotidiana nos llena de experiencias y aprendizajes constantes.

Esas son las principales herramientas que utilicé y sigo utilizando con mi hijo. Cada pequeña señal de vida que viene de su parte es un rayo luminoso. Francisco subió tres gramos de peso, Francisco toleró la leche materna, y pasado un tiempo, Francisco habló...Después, recuerdo cuando cumplió sus dos primeros añitos, que una mañana Fran me dijo: Hola... con o . Y yo le pregunté algo como queriendo reafirmar ese acto de comprensión tan avanzado para su edad. ¿Y qué otra palabra empieza con o?, lo desafié.

Oveja respondió, acaso como respuesta o contraataque frente a los anticipos sombríos según los cuales él nunca hablaría, nunca vería y hasta dejaría de respirar.

Recordé lo que me habían dicho algunos médicos. Pensé que las certezas drásticas pueden dar seguridad a algunos profesionales o personas, quitarles ansiedad, sí, pero al mismo tiempo los saberes tan instalados coartan las esperanzas, la fe, las ilusiones. Tanta seguridad frustra la “acción”, sanadora, quizás sea por no creer en las facilidades de la lucha.

De todos modos, la crueldad no hace falta, no es deseable, está siempre de más. Un diagnóstico no debe ser visto jamás como una sentencia. Tuve que ponerle a mi hijo una mochila con oxígeno. Me dijeron que debía llevarla durante toda la vida. Pero no fue así. Alquilamos un oxímetro, aparato que sirve para medir la cantidad de oxígeno en sangre, y podíamos saber cuándo lo necesitaba y cuándo no. Hoy, ya no lo usa.

Todos o casi todos miraban a mi hijo sobrecargándolo de manera inconsciente con la idea previa de la muerte fatal y anticipada, con el pronóstico reservado, con el azul de esa piel tan pobre en oxígeno y latidos. No quería que fuera una profecía autocumplida, como cuando afirmamos que un niño se va a caer y lo repetimos tantas pero tantas veces que al final el niño cae realmente.

No los escuches Francisco . Eso le decía yo casi como un mantra. Ellos veían nada más que a un bebé azul. Pero yo seguía adelante con mi esperanza, como si nada. Ya en casa, íbamos al baño y yo trataba de que Francisco me mire.

O que se mirara en el espejo y también me viera reflejada ahí. ¿Y qué es esto? La pileta, le contaba. ¿Y esto otro? La canilla. Siendo más grande, me repetía textuales esos monólogos. Las mamás sabemos que nuestros hijos entienden perfectamente el idioma del amor.

Eso, creo, es lo que salvó a Francisco. No fue un milagro como dicen algunos. Lo que comento tampoco significa, como ya dije, un rechazo a la medicina que tanto me ayudó a través de sus mejores representantes. Son realidades distintas que debemos animarnos a filtrar y manejar con el mayor equilibrio: necesitamos la ciencia, pero necesitamos también el contacto madre-hijo, el afecto que hace sanar. El día en que nos conformemos con lo que está, se acabó el cambio. Hace un tiempo, mi gran compañera, mi madre, murió y me vi sola frente a un universo de problemas. Pero no bajé los brazos, tampoco Fran.

Mi hijo fue ganando uno a uno los desafíos con los cuales se enfrentó. Y hasta puede decirse que los dos protagonizamos una película con final feliz. Hoy Fran tiene cuatro años, hace dos veranos que recita completo el abecedario, sabe la dirección de su casa y la de su abuelo, recuerda el número de su DNI. Con su escaso tiempo de vida cuenta hasta cien y, en idioma inglés, conoce ya todos los colores así como casi todas las figuras geométricas: trapecio, pentágono, óvalo, etcétera. También se destaca por su excelente dicción. Hoy reconoce las letras por su nombre y las diferencia de su fonema, dice la ele de lamparita o, la y griega de Yanina, por ejemplo. En febrero de este año nos sorprendió leyendo palabras de dos sílabas en imprenta mayúscula. Habla un poco de inglés y hasta sabe palabras en holandés que aprendió de su padre y así puede comunicarse con sus abuelos por Skype.

Más allá de todo eso puedo decir con conocimiento de causa que mi hijo, ese que supuestamente sería una planta que no serviría para nada, es hoy un nene feliz, carismático, creativo, sumamente sociable. Cuando habla, siento que lo hace por todos los que no pueden. Es cierto que hay cosas que aún le faltan. Por el momento me limito a concentrarme en sus avances y no en las limitaciones que aún padece. Ahí pongo el acento. Mi hijo ya se para contra la pared y ahora los profesionales firman: ¡Sí, este chico va a caminar! Y yo redoblo la apuesta: “Creo que va a ser un buen velocista”. Así que preparados… listos… Y atájenlo si pueden.

 

 

 

 

 

Emiliano E. Casela

Emi1arg@hotmail.com

 

TU VIDA ES UN MILAGRO

La infinitud

bottom of page